La regulación emocional es la capacidad para gestionar y calmar nuestras emociones, bien solos o acompañados de otra persona. No nacemos con esta capacidad. Nuestro sistema nervioso necesita de otro sistema nervioso que esté regulado, calmado, para regularnos junto a él, y así poder llegar a aprender a autorregular (calmar y manejar) por nosotros mismos nuestras emociones.
Los niños no son capaces de autorregular sus emociones: necesitan un “termostato” o regulador externo que les ayude, -el adulto-. A través de las experiencias en las que somos calmados/as y regulados/as por nuestro cuidadora/a, podrán poco a poco madurar los circuitos de la autorregulación.
Por ejemplo: el bebé llora, y necesita ser cogido por su mamá/papá o cuidador/a; necesita ser mirado y atendido de forma afectuosa, ser consolado, estando el adulto en calma; el papá o la mamá pone palabras a lo que le ocurre al bebé, y responde a su necesidad de forma sensible. Mediante las experiencias de ser regulados a través de nuestros padres o cuidadores a lo largo de la infancia, (experiencias de corregulación o regulación diádica), conseguiremos desarrollar la capacidad para autorregularnos.
Cuando un/a niño/a se hace daño físico -por ejemplo, se cae- o ante algo que sucede en su entorno se desregula emocionalmente (puede ser que un compañero le diga algo que le molesta, o que vea una imagen impactante, o que escuche a sus padres discutir… y siente angustia, miedo, tristeza o rabia), necesita que el adulto a cargo le acoja: le proteja, le acompañe en la emoción, le consuele -le calme, estando el adulto calmado-, y le ayude a organizar sus sentimientos -poner palabras a lo que ha pasado, cómo se ha sentido, qué ha ocurrido después y cómo se siente ahora-.
Para poder acompañar al/la niño/a en estas necesidades de conexión, el adulto debe estar regulado emocionalmente, y debe acompañar al/la niño/a desde la calma, el respeto y el cariño.
¿QUÉ OCURRE SI HAY FALLOS EN LA CORREGULACIÓN EMOCIONAL?
Si el/la niño/a no ha sido corregulado/a por el adulto lo suficiente, o esa regulación diádica no se ha dado del modo adecuado (si por ejemplo la madre o el padre cortan la expresión emocional del niño/a, o no dan importancia a lo que le ocurre al/la niño/a, o el adulto está desregulado y responde al niño o niña desde su propio estado emocional…), o no se ha producido de forma consistente -desde que es bebé, a lo largo de toda la infancia, y estando presentes en la adolescencia-, el niño no aprenderá después a autorregularse.
Así, conforme se haya dado este proceso a lo largo de nuestro desarrollo, en la edad adulta seremos personas capaces o no de regular nuestras emociones y de acompañar a las personas que tenemos cerca en su emoción -y corregular a nuestra pareja, nuestro/a hijo/a, nuestros amigos…-.
Los fallos en la capacidad de autorregulación o capacidad de uno mismo para regular sus propias emociones, pueden emerger en la adolescencia, al tratarse de un período crítico en el desarrollo.
Además, las experiencias difíciles o traumáticas, como:
duelos, bullying, dificultades en el entorno familiar, separaciones, enfermedades, hospitalizaciones, negligencias, abandono…
influyen negativamente en el desarrollo neurobiológico, incluyendo la capacidad de regulación emocional.
Según nuestro estilo de apego, tendremos mayor tendencia a la autorregulación (regularnos por nosotros mismos), a la corregulación (apoyarnos en las personas que nos rodean) o a ambas.
Si somos padres, podemos ayudar a nuestro sistema nervioso a estar más regulado. De este modo podremos acompañar a nuestro /a hijo/a en su emoción desde ese estado de regulación, corregularle, y a través de esas experiencias podrá aprender a autorregularse.
Como adultos, podemos trabajar en nuestra capacidad de autorregulación y de regulación diádica con los que nos rodean.
La psicoterapia basada en el apego nos ayuda a explorar cómo regulamos nuestras emociones y gestionarlas, a desarrollar nuestra capacidad para regularnos de manera autónoma y en compañía, así como a acompañar en la emoción a nuestros seres queridos.